martes, 17 de enero de 2012

La noria del "amor".

Una sensación a veces impecable, a veces ineficaz.
Como un niño que suspira al subir a una noria por primera vez sin saber lo que vendrá: mientras espera su momento el miedo le invade, no tiene la certeza de seguridad de esa atracción o de si montar ahí será lo más indicado. Va pasando el tiempo y la caseta que le resguarda va adquiriendo cada vez más y más intensidad. Va soltando sus impulsos admitiendo que todo puede salir mal, pero en ese instante nada importa. Este artilugio de feria tan común llega a la cima y el paisaje supera lo esperado, todo es fascinante. Y es en ese segundo cuando el niño sonríe al recordar que ha sido capaz de seguir su intuición y luchar por descubrir eso que siempre ha sido una consigna un tanto difícil de descifrar. Pero no puedes evitarlo, esa noria va a comenzar su descenso. Todo son contrariedades, deseos de alargar el momento final, pero pase lo que pase esa vuelta tiene que expirar. Como era de esperar al llegar abajo ves que esa atracción que tanto te ha hecho sentir sigue su transcurso como día a día lo ha estado haciendo, y es entonces cuando anhelas volver a subir. Ese viaje se ha desvanecido.
Me rodean seres que aseguran sentirlo e individuos afligidos al recordar lo nefasto que puede llegar a ser. También personas que simplemente dudan su existencia, esas personas que no han llegado a montar en una noria.
Es algo que busca la perfección,  no todos lo merecemos pero que a todos hace amoldarse.
Es algo que la multitud acostumbra a denominar…  “amor”.
Algo que… quizá no debiera existir.

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